Ferrari Testarossa
¿Alguno de vosotros ha soñado alguna vez subirse a un coche en especial? ¿Y lo habéis conseguido? Si la respuesta es positiva, sabréis perfectamente qué se siente cuando, por fin y aunque sea sólo por unos instantes, uno consigue sentarse en ese particular y ansiado “trono del reino”. Yo tuve, hace muchos años ya, la oportunidad de sentarme en un Testarossa y sentirme brevemente como Don Johnson en Miami Vice. No he tenido nunca el placer de conducir ninguno, pero descender hasta el asiento del conductor de ese coche en particular es algo difícil de explicar, y difícil de olvidar también.
De hecho, y para ser sincero, no era el primer Ferrari al cual podía sentarme, puesto que el primero fue en abril de 1997 en el Circuit de Catalunya, concretamente era un F355 GTS que tenían expuesto del concesionario oficial durante un fin de semana de carreras de la Ferrari Challenge. Y la verdad es que eso fue algo increíble, estaba por primera vez sentado en un Cavallino, y era uno con el techo parcialmente abierto (un tipo Targa). Pero unos meses después, creo que era en octubre, durante un encuentro de Ferrari en el Paddock Centre Comercial de Sabadell, tuve la osadía de pedirle al propietario de un Testarossa para sentarme, y debo decir que muy amablemente me abrió la puerta del coche y permitió que cumpliera con ese codiciado sueño. Hasta tuvo la gentileza de hacerme una foto, como recuerdo para la posteridad, y hay muy pocas cosas que se puedan comparar.
El Testarossa tiene la particularidad de que el habitáculo queda muy hacia adentro, y eso se debe a que Pininfarina tuvo que solucionar el problema del calentamiento que sufría el habitáculo de su predecesor, el BB512, que con el motor trasero y los radiadores en la parte frontal, el calor de la tubería pasaba por la cabina. Y como alternativa el genial diseñador colocó los radiadores por detrás de las puertas, dándole esa silueta tan conocida con las entradas de aire estriadas atravesando las puertas, y además con la silueta tan afilada del coche a mí no podía pasarme otra cosa que darme un leve golpe en la cabeza con el marco del parabrisas. Pasé un poco de vergüenza por si el hombre se daba cuenta de mi falta de pericia, pero se pasó rápidamente cuando estuve bien sentado en ese cuero suave y acariciando el volante, el típico de esos coches entonces, todavía sin airbag y con los tres brazos en forma de “T”.
Después he tenido ocasión de sentarme en algún otro modelo de la casa italiana, son como pequeñas piezas de un puzzle llamado sueño, pero ese recuerdo con el Testarossa siempre ha estado presente, recordando como uno debe entrar en ese tipo de automóviles.