Susana y Martín disfrutaban de una vida agradable, tenían una casa en las afueras de Múrcia que compraron unos años atrás, después de ahorrar durante mucho tiempo. Ella tenía una pequeña tienda de alimentación en el centro, no era gran cosa, pero representaba el esfuerzo de muchos años y dentro de poco pasaría a manos de su hija mayor, Noelia, quién ya le ayudaba a diario desde que levantaban la persiana por la mañana hasta que, por fin, podían cerrar pasadas las ocho de la tarde.
Y aunque la tienda era un negocio familiar, Martín era técnico de telecomunicaciones en una empresa de telefonía, y lo fue durante los últimos 40 años hasta que, en 2013, la empresa tuvo que reducir plantilla por segunda vez, acogiéndose a sus 62 años de edad a un plan de prejubilaciones, pero tuvo la suerte de irse con un buen trato quedándole una pensión del 100%. Aún así, la vida no siempre es sonriente, y a veces tiene giros un tanto inesperados.
Se conocieron el verano de 1974 en Benidorm, mientras Susana pasaba el verano en casa de sus tíos aunque ella era de Alicante. En cambio, Martín ese verano se desplazó allí desde Múrcia con su Seat 850, comprado unos meses atrás con la inestimable ayuda de sus padres, para encontrarse con unos amigos y pasar juntos la segunda semana de agosto de vacaciones en la playa. Ese pequeño coche le daba una gran sensación de libertad, ya que le permitía desplazarse por su cuenta al trabajo, y era mucho más de lo que la mayoría de los chicos de su edad podían permitirse en aquella época. Fue durante una mañana en la playa que, junto a sus amigos, empezaron a tontear con un grupo de chicas hasta que consiguieron quedar con ellas para ir a tomar algo por la tarde, en alguna terraza.
Y esa acabó siendo una tarde muy interesante, cierto que no lo fue para todos, pero Martín consiguió atraer la atención de la atractiva Susana, que con apenas veinte años era casi tres años y medio más joven que él. Habían llegado ya al sábado, pasadas las primeras cuatro citas cuando el chico, al llevarla de vuelta en coche a casa de sus tíos, le propuso ir a cenar esa misma noche.
– No puedo –alegó ella en tono triste–, tengo que cenar con mis tíos y mis padres, que han venido a pasar el fin de semana.
– Entonces, ¿nos volveremos a ver? Yo mañana me vuelvo a casa.
En esos instantes, en la radio del pequeño 850 sonaba una canción, era Mustang Sally de Wilson Pickett. Martín subió ligeramente el volumen del altavoz, mientras hacía un comentario.
– ¿Sabías que esa canción está dedicada a un coche?
– ¿En serio? ¿Y qué coche es ese? –preguntó ella sorprendida–.
– Un Ford Mustang, un coche americano. Algún día tendré uno –afirmó en un tono un tanto soñador–.
– Me gustaría verlo –le dijo susurrándole al oído, sin dudarlo un instante–. Espérame un momento.
Le besó en la mejilla y se fue corriendo ágilmente hasta el interior de casa de sus tíos, el chico se quedó esperando unos instantes, impaciente, apoyado sobre el capó de su coche, y por fin Susana apareció de nuevo, pasados un par de minutos que a él le parecieron un par de horas, con un trozo de papel en sus manos. Se intercambiaron sus direcciones y teléfonos.
Los meses que siguieron a ese verano fueron muy intensos, por suerte Alicante no estaba demasiado lejos de Múrcia y se vieron cada vez más a menudo, el amor había hecho su trabajo y se prometieron y casaron antes de dos años, en abril de 1976. En marzo del año siguiente tuvieron su primera hija, Noelia, y en octubre de 1980 ya tenían su tercer hijo, María era la mediana y Abel el recién llegado.
Durante todo ese tiempo las cosas les iban bien, él tenía un buen trabajo que cada vez estaba mejor recompensado y ella, que ya venía de una familia de comerciantes, abrió la tienda en el centro de la ciudad, y para el mundial de España del ’82 aquél pequeño 850 se había convertido en todo un Seat 131 familiar. Un gran cambio que, con los tres chiquillos, era muy necesario porque cargar con todo cuando llegaba el verano no era tarea fácil. Unos años más tarde pudieron cambiar el piso que tenían por la casa en las afueras de Múrcia, y con ese espacio extra del que disfrutaban, y la pasión por los coches que siempre caracterizó a Martín, y que también compartía el pequeño de la casa, se plantearon la compra de algún coche de corte clásico.
Durante la primavera de 1990, mientras un sábado padre e hijo miraban anuncios de alguna revista, como por arte de magia la radio emitió una melodía que penetró en el aire con la fuerza de un huracán.
– Anda, ¿te acuerdas de esa canción?
– Cómo iba a olvidarla, cariño, con ella nos despedimos esa tarde ante la puerta de mis tíos, y me dijiste…
– Que algún día tendría el coche al que iba dedicada la canción.
Abel, un poco molesto por verse apartado de la acción de la mañana, intervino.
– Papá, ¿de qué habláis?
Un par de meses después, en junio y como regalo del trigésimo sexto cumpleaños de Susana, fueron a buscar un precioso Ford Mustang Hardtop que, después de muchas llamadas por teléfono, consiguieron encontrar a través de una tienda de coches de importación. Desde ese mismo momento, el coche fue bautizado con el nombre de Mustang Sally, en honor a la canción con la que definitivamente se unieron sus vidas.
Los siguientes veinte años fueron muy buenos, ya que vieron como crecía la tienda; María, su hija mediana, se graduó en derecho en 2004 y su hija mayor se casó en mayo de 2009. Abel estudió mecánica del automóvil, y después de pasar por varios talleres pequeños, encontró trabajo en un importante concesionario multimarca. Pero en septiembre de 2011 empezaron los quebraderos de cabeza para la familia Sánchez-García ya que en la empresa dónde Martín llevaba trabajando los últimos treinta y ocho años, anunciaron que iban a reducir personal. Por esta vez se salvó, pero casi dos años después, en mayo de 2013, hicieron una segunda reducción de plantilla. A sus 62 años de edad consiguió acogerse al plan de prejubilaciones, y eso era un mal menor, al menos ahora podría disfrutar del tiempo libre y del fantástico Mustang que guardaban en el garaje. Pero apenas un par de años después, durante una revisión médica, le diagnostican un cáncer de pulmón. La noticia cayó como una pesada losa de piedra en la familia, intentaron llevarlo lo mejor posible pero seis meses después se produjo el fatal desenlace. De golpe se encontró viviendo sola en aquella casa, y las navidades de 2015 fueron un momento muy duro para todos ellos, a Susana ahora todo le parecía muy vacío, muy sinsentido. Pero por algún motivo, cada vez que iba al garaje y se encontraba aquel Mustang de color verde le venía una extraña sensación de nostalgia y dolor. Al principio pensó en vender el coche, porque a ella le parecía demasiado, pero cuando se acercaba no podía evitar pensar en esa tarde de verano en Benidorm y en la canción que escucharon en la radio, ese instante mágico. Eso le unía poderosamente al amor de su vida, Martín, y el coche era lo más próximo que ahora mismo tenía para recordarle, era su mayor consuelo.
Cada nou article el trobo millor que l’anterior .