Salón de Ginebra: El deseo se hace realidad
El Salón de Ginebra es una de aquellas citas ineludibles para cualquier aficionado al automóvil, a las que tarde o temprano se acaba sucumbiendo. Es uno de los salones mas importantes del mundo, pero que después de ver cada año reportajes en revistas del motor, y ver fotos de coches imposibles: prototipos, unidades a medida para clientes exclusivos y otras muchas fantasías, uno tiende a pensar que no existe, que eso no es real.
Pero después de mucho tiempo de posponerlo, por diversas razones, este 2015 sabía que era la ocasión perfecta para visitar el Salón de Ginebra. Y la verdad es que al final fue casi como, emulando el título de aquella canción, una experiencia religiosa. Pero empecemos por el principio.
Era sábado, me subía al coche y ponía rumbo por la autopista a la capital helvética para visitar el Salón de Ginebra, todo planeado y con la reserva de hotel hecha, el viaje de ida se hacía placentero, tranquilamente y sin prisas porque hasta el domingo no iba a visitar ese templo. Llegué tranquilo al hotel, sin complicaciones salvo por el caótico tráfico de tranvías, autobuses y gente arriba y abajo del centro de la ciudad. Y por fin era domingo, me subía al bus habilitado ex-profeso para el salón y una vez dentro aquello parecía exactamente lo que había imaginado. Allí estaban los “imposibles”, los stands de gente como Pininfarina, Sbarro, Carrozzeria Touring y otros carroceros y pequeños constructores. Bugatti con el primer y último Veyron en fabricarse (el 001 y el 450 La Finale), Pagani y sus 2 unidades del Huayra, el extravagante sueco Koenigsegg… y un largo etcétera de nombres. El domingo lo dediqué entero a pasear, ver y fotografiar hasta terminar con la batería de la cámara. Aunque es cierto que las casi primeras 3 horas no me moví del primer nivel, las salas 1 y 2, pobladas por los más exclusivos y raros. Después hacia las demás salas para terminar de fundir la batería, de la cámara de fotos y la personal, que las piernas también van cediendo poco a poco, tras muchas horas de pié.
El balance de ese primer día era bueno, pero con el folleto en mano, comprobaba que todavía quedaban cosas por ver, que con el gentío ya se hacían complicadas de apreciar. Y para eso estaba el lunes, día comodín por si hacía falta.
Toca probar los asientos más exclusivos
Y el lunes por la tarde tocaba aprovechar la entrada a mitad de precio, para hacer la segunda vuelta, esta vez directo a lo que quedaba pendiente y, poco a poco, ir probando asientos de coches y viviendo esa experiencia religiosa de la que hablaba al principio. El primero en caer fue el Abarth 695 Biposto, qué diferente con respecto al 500 L que conduje en 2013 por Italia, visitando el G.P. de Monza de F1; seguí con el Alfa Romeo 4C, aquí la cosa se complicaba, porque es un coche bajo y con toda la estructura del cockpit en fibra de carbono, hacía difícil el acceso a su interior. Después un poco de lujo inglés con el Jaguar F-Type ¡que grande debe ser conducir esa joya! Y luego el cielo y el infierno en ese orden, y no es que nada de ello fuera malo.
Me planté en frente del stand de Rolls Royce y probé suerte para entrar, me abrieron la puerta que daba acceso a la exposición (contra todo pronóstico) y una vez dentro me pregunté: ¿vale, y ahora qué hago, dónde voy? Daba respeto, esos coches son auténtico lujo y, aunque me sepa mal decirlo, no es “mi mundo”. Por suerte se acercó una chica muy simpática, y poco a poco me enseñó las maravillas de la vida, bueno, no vayáis a pensar mal, me llevó hasta el asiento del conductor del Ghost, y eso me dio mucho respeto, porque pisar esas alfombras tan suaves y sentarse en esas grandes y confortables butacas de piel es algo que hay que vivir para entender. Después algo que todavía está mas lejos de toda realidad, sentarse en la parte trasera, la parte más noble del coche, esa dónde algún día se va a sentar alguien que va a llevar las riendas de alguna empresa de gran envergadura. Pero Yo Estuve Allí. Y ese hombre no lo sabrá pero así fue. Y de allí a algo todavía más increíble, el coupé Wraith con sus puertas tipo suicidas, esas que abren de delante hacia atrás. Ese coche es enorme, y con el interior de su techo adornado como si fuera una noche de estrellas… Increíble.
Me planté en frente del stand de Rolls Royce y probé suerte para entrar, me abrieron la puerta que daba acceso a la exposición (contra todo pronóstico) y una vez dentro me pregunté: ¿vale, y ahora qué hago, dónde voy?
Después de tales experiencias, la verdad es que daba pereza ver cualquier otro coche, y mucho mas probar asiento. Y pensar que al lado de los ingleses estaban los Qoros… No les visitaba nadie, pobres. Pero poco a poco volvía a la tierra, hasta que llegué a la exposición de Lotus. Allí decidí probar suerte, pude entrar e intenté sentarme en un Exige. Esa fue mi visita al infierno, ¡¡qué difícil es acceder a ese puesto!! Bajo, estrecho y complejo, requiere de unas grandes dosis de contorsionismo para meter las piernas bajo el volante, salvando la estructura de carbono del chasis. Parece imposible que se pueda conducir, porque no se ve nada. Nunca me costó tanto acceder al interior de un coche.
Pero todo lo bueno llega a su fin, y el lunes ya se terminaba, y con él también llegaba a su fin la visita al Salón de Ginebra. Finalmente había visitado el salón que mas deseaba, salí de él muy satisfecho y con ganas de volver otro año, y con un montón de historias geniales.
Ahora quedaba el martes para hacer el viaje de vuelta, que parecía que no llegaba nunca a casa, pasar las fotos al ordenador, clasificar, nombrar y preparar éste artículo.
A continuación os dejo los enlaces a las galerías de fotos. Espero que os guste, y que lo disfrutéis.
Saludos y ¡hasta pronto!